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«Yo estaba dormida y mi corazón está despierto» Cantar de los Cantares 5,2. Iniciamos un nuevo ciclo de enseñanzas del Rab Ginzburgh, que analizan algunos versículos del Cantar de los Cantares y cómo este canto nos remite a lo más hondo de nosotros.
Si queréis saberlo, continuad leyendo.
El exilio del alma judía-la aparente pérdida de la identidad judía-es comparada -por Shlomó, en el Shir Hashirim- a un estado de sueño. En un sueño los ojos están cerca a otra realidad. El poder de la vista, junto con los otros poderes conscientes de la mente y el corazón, desaparece dentro de su fuente subconsciente. Aunque esa fuente pueda verse reflejada en sueños y otros fenómenos involuntarios del sueño, esos fenómenos ocurren en los niveles más externos del alma y, al no estar basados en la visión objetiva, son irreales. Esto está señalado por su falta de orden intrinseco y de coherencia.
Igualmente, en el exilio espiritual, cuando el alma está adormecida, los ojos internos están cerca de la realidad, como el Salmista describe “nuestros signos no los vemos” ototenu lo rainu (Salmos 74, 9). La palabra para “signos” en hebreo tiene dos sentidos: 1) las maravillas sobrenaturales de la Divina Providencia, que están ocultas durante el exilio, camufladas por la naturaleza y 2) las letras del alfabeto. El sentido del verso, de acuerdo a esta interpretación, es que dado que nuestros ojos están cerrados en el sueño, nuestras “letras” desaparecen de la vista.
Las “letras” de un judío son ls letras de la Torá y la tefilá (oración). Las letras de la Torá son los bloques de construcción del universo. Cada una de las 22 letras hebreas es un canal cque conecta lo Infinito con lo finito. Cada una es un particular estado de contracción de la luz espiritual y la fuerza vital. La forma de cada letra representa su manera particular de transformar la energía en materia. Eso puede ser comprendido mejor por comparación con los fenómenos del pensamiento y el habla en el alma. Cada letra que emerge en el pensamiento y en el habla ha sido trazada apartir de la esencia interna de la inteligencia y las emociones del alma.
Antes de que las letras creativas de Hashem se combinaran en palabras, eran todavía incapaces de dar vida a criaturas individuales. En ese estado, son llamadas “piedras”. Cuando las “piedras” se combinan en palabras, las “casas” así construídas reciben poder de dar vida incluso a criaturas físicas. Así, la vida interna de cada criatura es su nombre hebreo.
Las letras de la tefilá son canales ascendentes que conectan el alma a Dios. Son llamados “ladrillos” (Como opuestos a las letras de la Torá, o “piedras”, que nos han sido dadas por Dios, las letras de la tefilá, como los ladrillos, son hechas por el hombre). Puestas juntos, los ladrillos forman “casas”. Así, utilizando las letras de Torá y de la tefilá, el judío se convierte en un compañero comprometido con Dios en la obra de la creación. Mientras estamos en el exilio, decimos las palabras sin ser capaces de comprender su poder creativo- igual como en general somos insensibles al acto contínuo de creación, el fluir constante de letras dentro de todas las entidades que existen en el mundo. Este es, por tanto, el más profundo sentido del versículo: “nuestros signos no vemos” (Salmo 74, 9).
Los sueños son las visiones imaginarias de la obra de la creación que se presentan al alma en exilio. Ellos representan ideales espirituales o materiales que son extraños e irreales, la búsqueda de una identidad sin fundamento. El único fundamento sobre el cual el judío puede establecer su identidad es la Torá y las mitsvot. Internamente inconsistentes y desordenados, los sueños dejan sin sentido la vida del judío, espiritualmente exiliado. El judío posee un sentido del propósito único e innato. Vivir una vida sin propósito puede causarle solamente frustración y desesperación. El último propósito del judío es inherente a la Torá, a través de la cual solitaria, brilla la infinita “luz divina” desde su Dador.
Fuente: http://www.inner.org