Especial Lag baÓmer | La Alegría de Bar Yojáy (1)

בס”ד

El Dios Único frente muchos dioses

Esta semana recordamos con alegría la entrada en el Gan Eden de Rabí Shimón Bar Iojai, en Lag Baomer, el día 33 de la cuenta del omer. El día en que el tzadik se eleva, su presencia y su obra adquieren una fuerza infinita, que influye más aun que cuando se ve su presencia física en el mundo. Esa fuerza es la luz de Hashem que hace que el mundo exista, y se disemina en toda la creación a través del Pueblo de Israel, como una luz para las naciones del mundo. En el Zohar, Rabí Shimón reveló esos secretos, que llegan a nosotros a través de la transmisión de generación en generación, para que nos alimentemos de ellos y traigamos la Redención Definitiva y Verdadera al mundo.

Esa fuerza mantiene al mundo en existencia. Sabemos que la vida es una lucha constante contra la disgregación, la expansión, la multiplicidad como se explica en la ley física de la entropía. Hay fuerzas que mantienen unida a la materia y hay otras que tratan de separarla. La eterna lucha entre la unidad y la multiplicidad, la vida y la muerte. Su raíz espiritual, explica el Zohar, es el Mundo del Caos contra el Mundo de la Rectificación, representados en la Torá por los hijos de Itzjak, Eisav y Iaakov respectivamente. Las tremendas luces del mundo del Caos, cuando se las deja accionar por sí solas, tienden a autodestruirse, a “explotar” si no se las contiene con una fuerza adecuada.

La causa de la destrucción: yo soy el rey

Explica la Cabalá, que en el Mundo de Tohu las cualidades o 7 sefirot son como Reyes que cada uno quiere reinar y lucha contra los demás destruyéndose entre todos, o sea destrucción y la caída de aquellas chispas. Puntos (Nekudim) individuales, que actúan en forma separada y cada una quiere dominar. La bondad sólo quiere dar, sin límites (como cuando uno le quiere dar a un chico muchos caramelos por bondad pero en realidad lo está perjudicando), el rigor pone sus límites asfixiantes, y así las demás.

Pero en el mundo de la Rectificación, se produce la inter inclusión de cada una de ellas, formando partzufim o estructuras interactuantes, en que cada una se imbuye de las demás funcionando en equipo. Por ejemplo, la bondad da con amor pero con el temor del rigor por no perjudicar, equilibrados por la misericordia de la belleza, la confianza de la victoria de saber que se está haciendo una acción educativa que perdura, la modestia del reconocimiento de la existencia del otro, el fundamento de conectarnos con el prójimo para su manutención y la autoanulación necesaria en todo acto de dominio. Este es el secreto de los 49 días de la cuenta del omer, en que cada día meditamos en la interinclusión de una sefirá con otra.

El Hombre, un mundo en miniatura

Al meditar acerca de todo esto, imagínense que el hombre es un Mundo en miniatura, un microcosmos donde se producen los mismos acontecimientos que en macro. Esa es la tarea del Jasidut, refinar las chispas que tenemos cada uno adentro. La esencia de la Cabalá, comparar y hacer paralelos entre cosas aparentemente sin conexión.

Pero vayamos al principio para entender de qué se trata todo esto. Leemos en la Torá “En el principio Dios creó los Cielos y la Tierra”, algo lógico y apaciguador, pero enseguida nos avisa “y la Tierra estaba confusa y convulsionada”, para continuar con una afirmación completamente enigmática “y el Espíritu de Dios sobrevuela sobre la superficie de las aguas”. La imaginación no rectificada nos puede llevar a pensar y sentir infinidad de cosas, pero ¿cuál es el camino correcto? Evidentemente esto es una simple historia cuando la leemos de una traducción. En el original en la Lengua Sagrada sucede algo diferente y sobre todo si nos dejamos guiar por los portadores de la sabiduría de Quien lo escribió.

El águila que cuida a su cría

Dice Rashi que ese Espíritu de Dios, RuajElokim, es el alma del Mashíaj que merajefet, “sobrevuela” sobre las aguas del mundo que se creó y se recrea continuamente. “Sobrevuela” como el águila, que planea sobre el nido “tocando y no tocando” a sus pichones para cuidarlos y alimentarlos batiendo sus alas. El final del Mashíaj y la redención ya estaba incluido en el Principio. Pero centrémonos un poco más en ese Elokim cuyo espíritu “sobrevuela” sobre nosotros. En hebreo, מרחפת , proviene de la raíz רפח , reishpeijet, de valor numérico 288. ¿Se acuerdan de ese número? La cerca matemática [1].

288 es la cantidad de chispas de Divinidad caídas del Mundo del Caos (Tohu), cuando esas tremendas luces que creó Hashem en un principio sólo con la cualidad de Emet, “ Verdad”, destruyeron los escasos recipientes que los debían contener, y sus chispas cayeron en este Mundo, del Tikún o Rectificación, que relata el comienzo de la Torá. De ahí Bereshit, “En el Comienzo”, se lee betreshit, ב ראשית , dos comienzos, uno del Caos que se destruyó y otro de Rectificación, el universo (material y espiritual) donde vivimos, creado con el agregado de la cualidad de Misericordia, Rajamim. Por eso cuenta la Torá toda la historia desde la Creación, para saber Quién creó el mundo, como es ese mundo, cómo rescatar esas chispas y quién lo debe hacer.

CONTINUARÁ

[1]  El número 288 es un cuadrado doble, 2 veces 12 al cuadrado, por lo que el promedio de las palabras maaké y siag es 12 al cuadrado, 144. Sus letras iniciales son mem-samej, 40 más 60, que suman 100, o sea 10 al cuadrado. Vemos entonces que las dos palabras hacen una linda pareja.

Si calculamos los triángulos de 215 y 73, llegaremos a otro fascinante fenómeno. El triángulo de un número es la suma de todos los números desde el 1 hasta dicho número inclusive. Por ejemplo, el triángulo de 3 es 1 más 2 más 3, igual a 6.

El triángulo de 215 es 23.220; el de 73 es 2701, obteniéndose la suma de 25.921. Este es un cuadrado perfecto, 161 al cuadrado. Este es otro número importante en cabalá, el valor numérico del Nombre Divino de Di-s que representa la tevuná, la facultad de construir una casa nueva, como ya se explicó. Tevuná es la fuerza espiritual que crea las condiciones en las cuales la nueva dimensión de la Torá es revelada (la nueva casa). Esa nueva dimensión tiene un techo que es su cúspide, su cenit. Cuando la nueva conciencia de la Torá alcanza la cima, necesita tener una defensa que la proteja.